Urania del Carmen Rodríguez Medina /
El Almendro, Río San Juan, Nicaragua, 1980
Manuel tenía siete años. Era un niño estudioso y le gustaba cumplir con sus responsabilidades en casa y en la escuela. Cuando llegaba la noche, creía que la Luna lo seguía. Soñaba con poderla tener en sus manos.
—Maestra, nos sorprende que nos llamara urgente. Nuestro hijo ha sido muy responsable y los días que se ausentó es porque estaba muy enfermo ‒expresó la madre de Manuel.
—Estoy muy preocupada por el niño. Es la cuarta vez que se duerme sobre su pupitre. Por supuesto, los niños deben ayudar en casa, pero también deben descansar y contar con el tiempo necesario para estudiar ‒dijo la maestra.
Manuelito escuchaba atento la conversación de ellos. Y se atrevió a intervenir:
—Yo soy el culpable, porque he querido atrapar a la Luna.
—¿Cómo es eso? ‒preguntó con cierta preocupación la madre.
La maestra se mostró curiosa. ¿Cómo un niño atraparía a la Luna?
Manuelito pensó su respuesta.
—En las últimas noches la Luna ha estado hermosa, ha alumbrado a todo el barrio. Yo quise atraparla para que alumbre nuestra casa, porque ya llevamos muchos días sin energía. Entonces, vi la Luna y quise atraparla para que nos alumbrara y que nunca nos falte la luz.
—¿Cómo pretendías hacerlo? ‒preguntó la maestra.
—Fui al patio de mi casa. Saludé a la Luna hermosa y le pedí que me alcanzara. Corrí y corrí y ella me seguía. Esperaba que se cansara y se quedara quieta, para subir al árbol grande que está en el centro de nuestro patio y alcanzarla. La pondría en un frasco de cristal y luego, en el mejor lugar de nuestra casa, la pondría para que la iluminara. Pero, ella nunca se cansó. Yo me iba a la cama muy, pero muy cansado. Han pasado cuatro noches y no he podido atraparla ‒relató Manuel.
Se les humedecieron los ojos a sus padres, no supieron qué decir. La maestra, inteligentemente, reaccionó diciéndole que solo existe una forma de llegar a la Luna: estudiando mucho hasta lograr sus más grandes deseos.
Apareció Salvador, vecino y compañero de clases de Manuel, y se introdujo en la conversación dirigiéndose a la maestra:
—Yo se lo dije. Una noche se cayó del árbol de guayabón, porque una rama seca se quebró. Su costillas se rasparon y el pecho lo tenía enrojecido. Hasta me dio miedo levantarlo, pensé que solo recogería un pedazo de él. Decidí cubrirlo haciendo los mandados. Su mamá creyó que las fiebres eran por otra cosa, pero eran de puro dolor. Manuel estaba mal muerto. Cuando se recuperó, le dije que la Luna no se atrapa, se conquista.
Se quedaron en silencio. Los padres de Manuel se enteraban hasta entonces de lo que había sucedido.
El tiempo pasó. Manuel se aficionó a las ciencias. Astronomía fue su favorita. Se graduó con honores y cumplió su sueño de ir a la Luna, como uno de los mejores astronautas, inflándose de orgullo.
Padres y maestra leyeron la noticia en el periódico y sonrieron satisfechos.