El maestro del silencio y sus trascendentes palabras

Edgar Escobar Barba /
Managua, 1956 ‒ Masaya, 2015

Nota editorial:
El presente ensayo fue publicado en la revista Horizonte de Palabras, Año I, No. 3. Enero, 2004.

Por su valor cultural y ensayísticos, Tinaja Intercultural ha decidido publicarlo también, como un reconocimiento a su autor, Edgar Escobar Barba, forjador de jóvenes escritores y de grupos literarios.

Este ensayo forma parte de la recopilación de textos sueltos que realiza el escritor Henry A. Petrie, amigo y confidente de Escobar Barba.

¿Cómo decir sin palabras lo que se siente? A lo mejor en pintura y el dibujo, o la fotografía; con el cuerpo a través de la danza, la forma de caminar, la mirada. Pero decir lo más íntimo sin palabras, nada como la música y la gramática del silencio del mimo.

Hay un maestro del silencio venido de Francia -ahora universal- que reúne los mitos, los resume y hace uno, porque cuenta la historia de nuestro tiempo en un mundo fantástico, y lo encarna; tan es así, que lo saca de lo invisible, haciéndolo visible con el latido del sollozo que no se escucha, pero que está ahí, latente, vivo. Por algo este maestro nos dice: «No se puede crear sin silencio».

Multitudes callan. Cuando él pasa por la calle hablando en gestos o arriba al escenario, no se atreven a suspirar. Sí, un hombre con la cara pintada de blanco, menudo, sumamente delgado, se mueve grácil en forma artística y con una suma de ejercicios silenciosos, ya de humor, ternura, agridulce o irónico, pero como lo hace un niño, o el abuelo que ya es niño y habla con sus rostros y movimientos. Trae puesta una playera de manga larga a rayas o camisa a la marinera, pantalón blanco, y una flor roja sobre su sombrero aplastado, una chistera roída, sin olvidar sus zapatillas sin calcetines, negras a la usanza de la que utilizan los bailarines clásicos, y con esa indumentaria nos muestra, ante todo, a sus ochenta años, lo vulnerable que es el ser humano. Es un mimo, o ya es su alter ego, conocido mundialmente como BIP.

Hablar de Marcel es traducir lo humano, lo que se nos está olvidando ser; dice: «El mimo crea un mundo que no existe y trata de hacer visible lo invisible. He consagrado mi vida a crear un estilo propio, inventar una gramática y un lenguaje propio de los mimos, porque donde no hay gramática, el arte no existe».

Palabrear a Marceau es darse cuenta de su transparencia, ya que el mimo no propone enigmas, «atrapa al espectador por las formas, la belleza y contenido del mensaje», hermano de la danza, del flamenco, con la breve distancia de que, el bailarín vuela y el mimo en tierra simula volar, le pone peso al silencio. Y es musical («el cuerpo genera música, la música del alma»).

«El mimo conecta profundamente con la mitología del ser humano, ha atravesado todas las culturas», de ahí su metamorfosis en lo gestual, los gestos. Símbolos, no adivinanzas. Profundo observador, pero también tiene disciplina para conocer cada átomo de su cuerpo, de conversar, leer, escribir, repetir una y otra vez las lecciones para luego, crear algo nuevo o combinado. Marcel reúne todas las épocas y las dramatiza en historias de no más de 10 o 15 minutos cada una.

En 1948 recibió el famoso premio Deburau (establecido en memoria del grande del siglo 19, Pierrot). Fundó su Compañía de pantomima Marcel Marceau -la única compañía en el mundo en esa época- y se presentó en los mejores teatros de París y otros de Europa, Canadá y América del Sur. Con su compañía, produjo, dirigió y presentó 26 mimodramas, incluyendo Pierrot de Montmartre, The 3 Wigs, The Pawn Shop, 14th July, The Wolf of Tsu-Ku-Mi, Paris laughs-Paris cries y Don Juan.

El Gobierno francés ha conferido a Marcel Marceau sus más grandes honores: «Officier de la Legion d’Honneur», «Commandeur des Arts et Lettres», y «Grand Officier de l’Ordre National du Mérite». Ha sido elegido miembro de la Academia de Artes en Berlín, de la Academia de Artes en Munich, y es miembro del prestigioso Instituto de Francia. Por si fuera poco, Marceau es Doctor Honoris Causa de la Universidad de Princeton, de la Universidad del Estado de Ohio, del «Linfield College», y de la Universidad de Michigan en Ann Arbor.

Algunos clásicos de su repertorio son: El fabricante de máscaras, El jardín Público, y el famoso Adolescencia, madurez, vejez y muerte, del que un crítico dijo: «Él logró, en menos de cinco minutos, lo que la mayoría de los novelistas no hacen en volúmenes».

Historia del mimo

El primer lenguaje del hombre al nacer es el gesto y el movimiento del cuerpo. Es su único medio de intentar comunicarse, por tanto, el hombre coexiste con el lenguaje gestual desde que es hombre. La necesidad de expresar sus asombros, sueños, experiencias y descubrimientos ha ido siempre acompañada por el lenguaje de gestos y movimientos corporales, antes que el habla. Las manos, la yema de los dedos, las posiciones o contorciones de su anatomía, van cargadas de signos y significantes para quien aprecia la observación. Enseguida, el pequeño va desarrollándose y encuentra el habla, y camina. Solitario busca compañía dentro y fuera de él, nosotros.

El hombre nómada se asocia, deambula, se une, socializa, más tarde las tribus, pueblos, crean sus tradiciones; las culturas van incorporando este lenguaje en sus escritos o pictogramas con los egipcios, aztecas y hebreos. Los gestos y movimientos han sido utilizados por distintas religiones y culturas en ceremonias y danzas. Como el mimetismo de los shamanes al ponerse la piel del oso e imitarlo en sus movimientos, por ejemplo. Casi toda etnia del mundo recurría a estas ceremonias, ya no digamos nuestros hermanos de raza roja, y los mismos mesoamericanos.

Así, por arte de la magia, de querer reflejar la cosmogonía y el modus vivendi en la tierra, emerge el actor que era en uno, bailarín, cantante y mimo. Aparecen entre los mexicas, entre los griegos y romanos los etólogos, que antes de las tragedias representaban un espectáculo relacionado con los temas morales de la época. Algunos ridiculizan, exageran las situaciones reales y brota la risa, la comicidad y complicidad entre el público y el mimo, saben que no miente. Se dice que el primero en hacer pantomima fue Livius Andronicus en Roma, siendo tan popular en sus numerosas representaciones, recurría al gesto para decir sus poemas, otros aseguraban que, al quedarse sin habla, continuó sus representaciones por medios corporales y gestuales. (1) Mientras otro actor recitaba su parte, y de tan exitoso, llegó a convertirse en moda, un nuevo género teatral, dando famosos actores de este tipo como Piladse, Roscius y Batylo. Y la suerte de los mimos dependía de las exigencias de cada Emperador: Augusto de Roma, disfrutaba de sus esclavos mimos; Tiberio los elimina y Calígula los hace volver, para más tarde expulsarles otra vez.

A finales del Imperio Romano, el mimo comienza una decadencia y se ve obligado a representar los temas más polémicos de la sociedad; la necesidad de causar emoción vuelve sus ejecuciones una diversión. «El mimo se había convertido en un espectáculo nauseabundo. Sería necesaria la depuración del cristianismo para acabar con aquella desenfrenada orgía gesticulante». (2)

José Antonio Sedeño nos dice: «Existe un teatro del gesto como existe un teatro de la palabra». Efectivamente, el gesto nació del silencio y ocupó el lugar de la palabra. Eso afirmaba Cicerón sobre algunos de los artistas de su época que, desplegaban tal elocuencia en sus manos que parecían tener una lengua en cada dedo, lo que no impidió al ilustre orador lanzar un desafío a Roscius, ¿sabría el popular mimo traducir tan elocuentemente con el gesto, un pensamiento que él expresaba con la palabra? Entre los romanos, el oficio o profesión de ser comediante era considerada infame, y el mimo, un género menor y vulgar con relación al modelo clásico, llegó a ser aceptado cuando se hizo popular y ya no se le podía detener. A pesar de todo, el mimo no murió. Los artistas se esparcen por Europa y comienzan a buscarse la vida en lugares públicos, dentro de estos encontramos mimos. Al darse cuenta de que no se pueden erradicar, la iglesia católica reivindica públicamente la situación teatral. Se originan los misterios medievales. El mimo de hoy día está vinculado a la comedia dell’Arte, la cual era una comedia improvisada por actores en personajes fijos, Arlequín, Colombina y Pierrot. (3)

En 1576 un grupo italiano de actores se instala en París, logrando un desmesurado éxito a raíz de sus críticas a la autoridad. Se les prohíbe el texto y recurren al gesto para continuar su trabajo. Francia acoge este nuevo estilo y crea tradición propia. Pasa el tiempo hasta que Jan-Gaspard Deburau, hijo de acróbatas del Teatro de los Funambules, sustituye en 1819, al actor que hacía de Pierrot, no limitándose a hacer reír, acaparó la atención del público con la introducción de nuevos elementos y situaciones que formaron una historia. En su epitafio se lee: Aquí yace el hombre que dijo toda la verdad sin decir palabra alguna… Charles Deburau, su hijo, continuó con la tradición del mimo, y así se sumaron nuevos nombres como: Louis Rauffe, Severin, Charles Dullin y Etienne Decroux. A este último se le considera como el padre del Mimo moderno, dado que dedicó su vida a la investigación del movimiento y al redescubrimiento del mimo, creando teorías, ilusiones y una escuela de mimos de donde salieron Marcel Marceau, Jean-Louis Barrault, Frederik Vanmelle, Peter Roberts, entre otros, que contribuyeron poderosamente a renovar y dignificar esta tradición artística.

En España, ya en el siglo XX, sobresale el trabajo de equipo que gira alrededor de Albert Vidal, pilar de su grupo, donde la labor colectiva se impone a la individual, destaca más la imaginación que la técnica del actor; en general, supieron aprovechar de manera proporcional, recursos de la técnica y medios de comunicación. Mediante técnicas corporales sencillas, un magnífico trabajo de coordinación y la ingeniosa utilización de elementos escénicos simples articulan un montaje entretenido eficaz y capaz de conectar con todo tipo de espectadores. Las disparatadas y absurdas situaciones que tiene el mar como telón de fondo sorprenden continuamente al espectador y lo sumerge en un mundo fascinante.

Actualmente existen mimos por todo el mundo y al parecer, aunque siempre un poco al margen, la tradición del mimo vislumbra una luz de continuidad perpetua, gracias a todos aquellos que se dedican para que esto sea así, y nos recuerdan que el hombre tiene inteligencia, ama y se comunica también en silencio, con apoyo de sus sentimientos y raciocinio, al gesticular cada parte de su cuerpo.

Todo ese acervo lo trae Marcel Marceau.

El personaje BIP

BIP es su personaje mundialmente conocido, creado en la ciudad de París en 1947. Constituye el «Don Quijote contemporáneo» que «no puede morir» … Es el nombre que concentra lo más destacado de la evolución y del espíritu del mimodrama, género que Marcel Marceau ha sostenido en lo más alto de las artes escénicas.

Este personaje que se ubica a la par de Pierrot y Carlitos, o del vagabundo, creado en el cinema por Charles Chaplin, es una especie de alter ego de Marceau, cuyo nombre evoca a uno de los personajes que Charles Dickens creó en su novela Las grandes esperanzas.

El lenguaje de BIP es el del Quijote de nuestros días, la enciclopedia de la historia de la humanidad, desde aquella leyenda del poeta, que quedara sordo en el escenario y terminara el acto declamando con el gesto, las manos, el cuerpo. BIP cuenta historias cotidianas. BIP es el hombre de la calle, el niño que juega con una pelota, la novia que deshoja la margarita anhelando su afirmativa respuesta… Es todo ello, a través de la universalidad de la humanidad; de la plural esencia que va más allá de las razas y las nacionalidades. La risa, las emociones, las lágrimas rompen las fronteras, nos muestran diferentes culturas y diferentes épocas.

BIP se presenta con cara blanca, ropa de payaso, de anchos pantalones, una camisa marinera y una chistera vieja y deformada. Es producto de esa extraordinaria habilidad de Marceau, al emplear el cuerpo como instrumento expresivo, contrastando gestos dramáticos con expresiones ingenuas y poéticas del rostro.

Con BIP viaja en tren, BIP vendedor de porcelana y BIP en la agencia matrimonial, repasó todas las rutinas del género que, con juvenil dinamismo corporal, este actor de 80 años ha llevado a una síntesis depurada. Desde caminar y subir escaleras sin desplazarse, hasta crear la ilusión de que sostiene una bandeja, levanta una valija, se viste, se desnuda, baila con una mujer gordísima o apoya las manos en una ventana, todas sus acciones hechas de mínimas inflexiones del cuerpo y de la cara, son capaces de crear un universo ficcional sin más apoyo que un spot de luz blanca y un fragmento musical.

Con BIP recuerda, acaso la más legendaria de sus composiciones. Marceau selló su despedida. La recopilación de imágenes de su propia biografía, entre las que se mezclan las de la infancia (montado en un caballo de calesita, en un carrusell), las del amor, las de la paternidad y hasta las de la Segunda Guerra Mundial y la Resistencia Francesa (en las que participó); funcionó como una suerte de balance o testamento artístico y llevó a su punto más alto, la vibración dramática del espectáculo, acompañado por un interesante juego de luces y música de fondo. Así lo vimos sin hablar, con el lenguaje del cuerpo y los gestos, lo vimos marchando y haciendo el característico saludo nazi, subiendo a un ferrocarril o viendo alejarse un gran barco de vapor. BIP logró expresar las vivencias de lo que el mismo Marceau denominó, recientemente, como «una reminiscencia del Siglo XX», que cuenta de genocidios, esperanzas y alegría de la vida.

BIP es inmortal, es él mismo y cada uno de nosotros. Es Marcel.

Obras

El artista pintor, El pajarero, Adolescencia, madurez, vejez y muerte, dentro de la primera parte, y BIP domador, BIP músico callejero o BIP agencia matrimonial, son algunos de los números que Marceau ofreció en espectáculos públicos.

Marcel, alumno de Charles Dullin y Etienne Decraux, admirador de Pierrot, escritor y pintor ocasional, no puede prescindir en sus espectáculos de cuanto ocurre en la actualidad: «siempre he pretendido dar testimonio de mi época, y por ello, BIP ha evolucionado con la sociedad y con el arte, con el fin de crear a un cómico profundo en una tragedia profunda», subrayó. Convencido de frenar los fanatismos ideológicos, agrega «hacer frente a un segundo fascismo».

Marcel inició con Los siete pecados capitales, sucesión de otros tantos sketches donde, con variedad de recursos -a esas alturas por su práctica, de un alto contenido de sencillez expresiva- desarrolló el concepto que, a manera de título, anunciaban las banderolas sostenidas por sus dos mimos auxiliares.

Un día muy ocupado fue el título que dio Marceau a su representación de la pereza, en la que un hombre después de vestirse e intentar dar un paseo bajo la lluvia, sólo llega al umbral de su puerta, regresa a casa exhausto. La lujuria, la escenificó con la anécdota Un pintor y su joven modelo. Todavía con una gran destreza, a sus 77 años, y con su singular técnica de poner sus propias manos sobre la espalda y cabeza para simular un abrazo apasionado, el mimo arrancó las primeras carcajadas de los asistentes.

La genialidad de Marceau se manifestó en la representación del orgullo, titulada El general juega ajedrez con su sirviente, en la que apareció con un gran barco de papel puesto como sombrero y ayudado por el sonido de sus pies, simuló los movimientos de las piezas del tablero. La avaricia, la gula y la envidia, fueron representada con los mimodramas Un pobre mendigo ciego, Cena de beneficencia y El gran escultor y su alumno, respectivamente.

Una de las escenificaciones más aplaudidas fue la de la ira con Chofer de domingo, ya que muchos de los asistentes se sintieron identificados con los cambios en el estado de ánimo de un conductor que maneja en una calle muy transitada. El primer acto cerró con el clásico Fabricante de máscaras, en el que Marceau mostró su habilidad para gesticular su arrugado rostro: fue un momento de singular lirismo con el Fabricante de máscaras. Un supuesto artesano elabora y se calza sucesivas máscaras a la vez que adopta el comportamiento que le asigna el gesto de cada una. Las connotaciones filosóficas que dispara ese juego entre persona y personaje o entre esencia y apariencia tienen un final fuertemente emotivo: la última imagen es la risa del payaso, que una vez adoptada ya no es posible quitársela. La tensión entre opuestos que genera la cara que ríe sobre un cuerpo que envejece y muere es la más poética referencia al destino del cómico.

Podemos empezar a comprender a este mimo, en sus aforismos: «El silencio es una imagen que creamos- los mimos- con nuestro cuerpo». «Cuando no se habla no se puede mentir, es la hora de la verdad». El tiempo se detiene y en este viaje en el tiempo nos lo propone Marcel Marceau en la segunda parte de su espectáculo Cuentos fantásticos. De su mano, viajamos al Japón de la época EDO, a China, a la Italia romántica del S. XIX.

El monje errante, El baile enmascarado y El tigre componen una tríada magnífica de enseñanzas envueltas en la poesía de una conjunción sobresaliente de luces, coreografía, música, movimiento… Y silencio. Estas tres perlas ponen ante nuestros ojos la esencia poliédrica del hombre. El ser humano posee en sí, el Bien y el Mal. Nuestra es la decisión que en un futuro hará de nosotros buenas o malas personas.

En El monje errante, Marcel Marceau nos llama a la comunión con nuestros semejantes. Nos llama al olvido del yo… Nos revela el peso de la cruz del egoísmo, de la creencia y sabiduría erróneas de nuestra absoluta individualidad. Craso error que se reitera en El baile enmascarado, empujándonos a menospreciar a nuestros semejantes, a no reconocer en ellos la belleza, a no valorar lo que de maravilla hay en todo el mundo… Tal ignorancia nos hace feos, nos hace horrendos y nos empequeñece ante la inmensa belleza de una inocente gaviota… La magia concluye con el homenaje a la China del pasado que, Marcel Marceau, efectúa con la recreación de El Tigre. En esta genial puesta en escena, se nos recuerda que la vida es un gran río, todo pasa, todo se olvida, todo regresa… Lo demás es silencio. «El silencio es el lenguaje del respeto y la reflexión. El silencio del cuerpo no existe. El cuerpo genera música, música del alma», otro tanto el lenguaje, la palabra poética y narrativa. «Descifrar el pensamiento de la gente en su cara, es un arte».

Hagamos silencio

Si por el verbo se hizo el universo, antes, en el principio, fue el silencio… Antes de la palabra, antes de la imagen, de la metáfora del nacimiento, antes del mismo ser humano… Fue el silencio, a partir del cual surgió la vida, los héroes y heroínas capaces de enfrentarse con la verdad que claman, silenciosos, sus gritos.

Hace falta ir muy atrás en el tiempo, en el espacio, es preciso mirarnos muy dentro de nosotros mismos para ver nuestro silencio, hace falta mucha valentía para colocarnos ante un ser que, sin hablar, penetra en nosotros a hurtadillas, con el terrible descaro del hilo fino de un claro de luna.

Debemos despojarnos de todas las máscaras que maquillan, alevosas, prefabricadas, quitárnosla para llegar a nuestra identidad y sólo así reconocernos en la inocencia que Marcel Marceau y BIP nos regalan, nos invitan al principio de los tiempos.

«El silencio no tiene límites. Los límites los pone la palabra». Marceau se ha alimentado de la esencia de la Comedia del Arte, del Cine Mudo, de la Pantomima circense al crear a BIP, que surge en el maravilloso escenario del Nuevo Teatro Alcalá, como la esperanza en medio de un mundo herido de muerte, moribundo y cascarrabias, agrio.

Marcel Marceau nos muestra y demuestra que aún queda un lugar donde pueden crecer, robustas, las flores… Que aún quedan seres que abren su alma ante el silencio expresivo, acogedor ávido, de «las palabras» que, sin decir, se saben, se conocen y se asumen. BIP es el único hombre que prefiere perder a ganar, si para ello se ha de enarbolar la maldad como justificación; es la única persona que prefiere ser acusada antes que aplicar la injusta ley del más fuerte; es el único personaje que, aun perdiendo gana, que poniendo de manifiesto su debilidad es capaz de demostrar que sólo así el hombre merece ser llamado HOMBRE. BIP es la imagen más pura del espíritu de un ser, que ha olvidado la ternura en la costumbre de un mundo que pierde su génesis en un mar repleto de palabras que no dicen nada, que no significan nada, que nos hacen ser nada. El que vegeta, el incoherente, el indeciso.

Todo pasa… Sólo queda el cuerpo y su palabra muda; sólo quedan unas manos que nos hablan del bien y del mal. De su lucha absurda… Y de la victoria del primero con el arma de la paz, del respeto y de la fe. Todo pasa… Sólo queda el sueño del teatro bien hecho que descansa en la expresión silente de un cuerpo que grita y habla y susurra, ante unos oídos alertas, ante unos ojos expectantes, ante unas almas abiertas de par en par enfrente de una puerta que carece de cerrojo… El silencio ha existido siempre; antes de que los egoísmos comenzasen a crear habitaciones minúsculas y claustrofóbicas con las que surgieron las individualidades, los odios, los rencores… Y por las que la inocencia murió.

Por esto, hoy, camino de la mano de BIP, camino con él con la armadura abollada de Quijote, con esa parte de inocencia que también yo defiendo, porque, a pesar de todo, prefiero pasear por la vida con la inocencia entre mis brazos, porque prefiero perder una y otra vez… si así consigo que el mundo y su cotidianeidad me regalen un rayo de luz., una mirada que brilla, una risa de anciano o niño, o la tuya misma. Porque es mucho más difícil asumir nuestra propia responsabilidad, porque tiene mucho más valor reconocer que nosotros tenemos la llave de la verdad, de la autenticidad y de la bondad. De luchar pacíficamente con creatividad, con coherencia para seguir alimentando fantasías, sueños, la vida en paz, armonía.

Porque a pesar de todo, el hombre sigue siendo un misterio, menos oscuro tras pasear por el sueño ancestral y poético que Marcel Marceau nos ha prestado… «Gracias a la actitud, se crea el pensamiento…»

Diciembre, 2003.

Notal al final:

(1): Peter Roberts; Mimo, El arte del silencio.
(2). Idem.
(3): No olvidemos que en México, Moctezuma II coleccionaba a contrahechos y era acompañado por bufones; en varios pasajes nos hablan también los mayas de hechiceros que eran ventrílocuos, marioneteros, muñecos movidos por la misma mano en pañoletas, sin dudar que algunos simularan ser mudos y ridiculizaban a la sociedad en su vida cotidiana. Lo podemos leer en leyendas y en crónicas de varios autores.